Terminada la “carrera” estuve residiendo en Valencia unos años, pensando en que siendo una ciudad de mayor entidad, las posibilidades de conseguir trabajo, serían mayores; pero lo cierto y verdad, es que el trabajo que me contrataban se fundaba principalmente en el que me proporcionaba el “maestro Cabolo” en la zona de la Vega Baja. Y es que, al menos en los comienzos profesionales la captación de trabajo se obtiene preferentemente a partir de la familia y de los conocidos.
No obstante en mi estancia en Valencia, me encargaron el proyecto de una vivienda unifamiliar en Pedralba, municipio de Valencia cercano a Liria, cuyo propietario era vecino del primer delineante que colaboró conmigo y que también se trasladó posteriormente a Alicante para continuar su andadura profesional en la “terreta”.
Si bien el proyecto se desarrolló en Valencia, la ejecución de la obra comenzó cuando ya me había trasladado a Alicante. Yo estaba colegiado en el Colegio de Arquitectos de Alicante, dado que mis primeros trabajos estaban en esta provincia, por lo que al tener que dirigir una obra en la provincia de Valencia y conforme a la normativa de entonces, se requería la colaboración de un arquitecto colegiado en esa provincia, por lo que tuve que echar mano de uno de los compañeros con los que acabé la carrera y que estaba colegiado en esa provincia.
Lo curioso es que este compañero, en las fechas de ejecución, estaba haciendo el servicio militar en Irún, por lo que las visitas de obra las realizábamos conjuntamente los
fines de semana. El compañero salía de madrugada desde Irún con un “dos caballos”, y pasaba por Valencia a recoger a su novia. Yo hacía lo propio desde Alicante, con mi mujer (la de siempre), con un “Seat seiscientos” que me había regalado mi padre y que tenía goteras inferiores, ya que la chapa inferior del coche estaba oxidada y cuando llovía entraba agua por abajo.
Tras cuatro interminables horas de viaje, en las que cada hora había que parar para que se enfriara el motor, llegábamos a nuestro destino, en el que coincidíamos los dos arquitectos con sus parejas y en donde nos esperaban pacientemente el propietario y el constructor.
De nuevo mis convicciones “racionalistas”, hicieron que en este caso la vivienda proyectada tuviera una composición apartada de cualquier estilo tradicional, incorporando en la cubierta plana diversas bóvedas de remate.
Lo difícil fue conseguir que el constructor interpretara adecuadamente este nuevo estilo revolucionario en aquel entonces, pues él solo entendía de “garrote” y la “fuerça”, refiriéndose a que cuanto más acero y hormigón, pues mejor; lo que no siempre es lo más adecuado técnicamente. Creo que en ningún momento llegué a conocer al Aparejador de la obra, ya que siendo además el técnico municipal lógicamente los fines de semana no iba a las obras.
No recuerdo bien como termino la obra, pues no conservo ninguna fotografía de esta, ya que entonces no disponíamos de “móvil”, y comprar una máquina de fotos era un lujo que en los primeros años de profesión no nos podíamos permitir; pero si conservo el Certificado Final de Obra y los planos originales del proyecto, por lo que la obra se terminó y supongo que durante los 39 años de su existencia el propietario la habrá disfrutado.
Lógicamente los 123.15 € que cobramos cada uno de los arquitectos por la dirección de obra, no compensaron si quiera el coste de la gasolina por los desplazamientos, pero cumplimos con nuestro cometido y responsabilidad a pesar de la distancia y el coste que ello comportaba.
Para nosotros, aquello fue una aventura de la que conservo buenos recuerdos, pues tras las visitas de obra comíamos juntos las dos parejas, y hasta comprábamos alguna botella de vino de la zona.
Juan Carlos MAJÁN GÓMEZ, arquitecto
Has estado inmenso….