Hace tiempo que vengo soportando la presión familiar tendente al abandono del ejercicio de la profesión, y mi dedicación a algún “hobby” al margen de cualquier responsabilidad relacionada con la arquitectura o el urbanismo, pero me niego a admitir que, aun cuando llevo 42 años ejerciendo de arquitecto, tenga que decirle adiós a esta maravillosa profesión que ha llenado mi vida de múltiples satisfacciones y algún que otro desengaño.

Finalmente he aceptado, la sugerencia de “contar” mis aventuras y desventuras, a modo de historietas del “abuelo cebolletas”, por si a algún arquitecto joven le pudiera interesar, y extrajera alguna conclusión que le sirviera para su andadura profesional.   

La necesidad de superar prácticamente 2 carreras para obtener el título de arquitecto, ha supuesto un “reto continuado” en toda mi trayectoria profesional. Lo de las dos carreras lo digo, porque fui socio fundador del Plan Politécnico en Valencia, en el que los cursos eran semestrales, y en los que era exigible aprobar “todas las asignaturas”; lo que comportaba que de suspender alguna de ellas tenías que repetirlo al completo, aunque en el resto de las asignaturas tuvieras una nota excepcional. Superada esta “aberración formativa” y ya en el 8º semestre de un total de diez, se anuló el “plan” y pasamos al antiguo “plan del 64”, lo que obligaba a aprobar aquellas asignaturas contenidas en este último que no estaban en el plan anulado. Ello obligaba a incrementar los estudios en 40 asignaturas más; algunas de ellas aparentemente banales, como por ejemplo la gimnasia, pero por las que algunos compañeros tuvieron ciertas dificultades para obtener el título, debido a sus condiciones escasamente atléticas.

Entre mis primeras experiencias, allá por los años 80, tuve que afrontar la dificultad de elaborar un Plan Parcial en un municipio de la Vega Baja. A pesar de mi teórica especialidad en urbanismo, carecía de experiencia, salvo una colaboración en un Plan General de un pequeño municipio de la provincia de Castellón, siendo todavía estudiantes, en el que conjuntamente con otro compañero, tuvimos la “importante misión” de elaborar la toma de datos (uno contaba pajares y cambras y el otro nacimientos y defunciones), todo ello soportando unas condiciones climatológicas por las que de noche, en la pensión, se nos aconsejó no abrir el agua pues las tuberías estaban congeladas.

 Esta falta de experiencia, me obligó a buscar asistencia técnica en alguien con mayor experiencia, que me guiase en esta compleja andadura. Gracias a las gestiones de mi padre pude contactar con un ingeniero (hijo también de telegrafista) que posteriormente llegó a alcanzar la condición de Director General de Puertos, pero que sus compromisos y exceso de trabajo le imposibilitaban “colaborar” en la redacción de este Plan Parcial.

No obstante, me presentó al redactor del Plan General vigente en esas fechas; personaje singular desde el punto de vista profesional, ya que no disponía de la titulación “habilitante” como ahora se denomina para firmar planes urbanísticos, pero sin embargo disponía de un “curriculum” impresionante en lo referente a experiencia en desarrollo de todo tipo de planes, siendo además el Presidente de la Asociación de Urbanistas de España.

De su mano y tutela, y a costa de múltiples viajes a Madrid donde tenía su estudio, conseguí desarrollar un plan parcial cuyo encargo lo realizaba una familia de aragoneses, propietarios de gran parte del suelo. Al no ser propietarios mayoritarios tuve que realizar gestiones con el resto de los propietarios del suelo a fin de que aceptasen el desarrollo del sector y la propuesta de ordenación. La gestión, la realicé contactando con los propietarios que decían ser los teóricos herederos, todos ellos de una familia local del pueblo, quienes me apoyaron en las decisiones y aceptaron la ordenación propuesta, hasta presentar la documentación y obtener la Aprobación Inicial del Plan por el Ayuntamiento.

La sorpresa vino, en la fase de exposición al público que resulta preceptiva, y en la que el padre de los familiares que habían aceptado la propuesta, presentó una “alegación de disconformidad”, demostrando ser el titular y propietario legal del suelo, por lo que obviamente era quién disponía de los derechos y tenía que asumir los deberes que de la operación urbanística se generaban, oponiéndose finalmente al desarrollo del plan.

El fiasco fue grandioso, y todo por no haber sido lo suficientemente diligente en la investigación de la titularidad de las fincas afectadas, lo que condujo a que el plan parcial no se aprobara, y mis honorarios quedasen compensados con “un conejo vivo” que me entregaron para mi mejor satisfacción culinaria.

De todas formas, el resultado final fue positivo, por cuanto en la Revisión del nuevo Plan General, los terrenos de los “aragoneses” se clasificaron como suelo urbano y el terreno de propietario discordante como suelo “destinado a cementerio”, y yo disfruté de un magnifico arroz con conejo, si bien es cierto que costó matarlo. Juan Carlos MAJÁN GÓMEZ, arquitecto

9 Comments

    1. lo mató la abuela de mi mujer, que recientemente había sufrido un «ictus» y apenas tenia fuerza en las manos, pero que no obstante, armada con la maza del mortero le fue dando golpes al pobre conejo hasta destrozarle el cráneo. Con la cabeza creo que hicieron un caldo, pues era un cúmulo de huesos fracturados.

  1. Comparto contigo el ser hijo de telegrafista, lo cual para mí es un honor, más sabiendo de tu buen hacer como arquitecto, y ahora como contador de historias, de tus aventuras y desventuras como profesional.

    ¿ Para cuando el cuarto episodio?

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