Uno de los primeros encargos profesionales que me hicieron a poco de obtener el título, fue la construcción de “una vivienda unifamiliar”, que además de servir de vivienda permanente para una familia super-numerosa, debería tener un aspecto rústico.
Dicho y hecho, la propuesta que presenté al propietario, fue una vivienda totalmente “corbusierana”, lo que ahora se denominaría de estilo “minimalista”.
El propietario, industrial saleroso y simpático por doquier, quedó ciertamente impactado con los primeros bocetos; quizás porque no entendía nada de ese estilo arquitectónico tan simple, lo que obviamente chocaba con su idea de vivienda de características rurales, dado que la parcela estaba situada en suelo rural, lo que en términos urbanísticos se denomina suelo no urbanizable.
Todavía no sé cómo finalmente fue aceptada la propuesta, probablemente influyó la circunstancia de ser un arquitecto joven, lo que debió generar en el propietario cierta incertidumbre sobre las nuevas modas arquitectónicas; pero lo cierto es que la vivienda se construyó conforme al proyecto elaborado.
En él se podían apreciar prácticamente todos los conceptos del gran arquitecto suizo- francés conocido como Le Corbusier, que tan profundamente había estudiado en la escuela de arquitectura.
Los “pilotis” como elementos de sustentación, libre de muros de carga, se manifestaban básicamente en las luces empleadas de 9 m (técnicamente la luz es la distancia entre pilares), lo que dejaba libre parte de la vivienda en planta baja.

Si bien, la cubierta era plana con algún tramo inclinado, carecía de tejas, y no se empleaba para su uso como jardín, pues la parcela era suficientemente extensa para poder destinarse a zonas ajardinadas; aunque lo cierto es que finalmente se destinó a la construcción de caballerizas.
La modulación de la vivienda, se estructuraba mediante “volúmenes puros”, con la escalera circular volada, espacios a doble altura y ventanales continuos; lo que ciertamente suponía un nuevo orden en la imagen genérica de las construcciones de la zona.
En el proceso de ejecución, se produjo un problema inducido en parte por mi bisoñez y también por un exceso de celo en el control de ejecución, ya que la “ferralla” (hierro empleado en la estructura) se acopió unos días en la parcela, y como consecuencia delaslluvias(antesaquísillovía)loshierrosseoxidaron,porloque“ordené” elcepillado y limpieza del óxido de todas las barras de acero antes de su colocación.
En aquel entonces, yo vivía todavía en Valencia, y semanalmente acudía a visitar la obra, para lo que me desplazaba 200 km con un SEAT 600 que me había dejado mi padre. El viaje a veces tenía una duración de 4h, pues en verano el motor se recalentaba y había que parar, y esperar a que se enfriara; pero eso no impedía que cumpliese fielmente con mi responsabilidad de Director de la obra.
Tras la emisión de la orden de eliminación del óxido, la obra se paralizó y el estructurista me esperó a que volviera cizalla en mano con talante poco amistoso. Alertado de las iras furibundas del constructor de la estructura, acudí a cita con la única defensa de la instrucción de hormigón armado (por aquel entonces la EHE-73), en la que claramente se disponía que el acero debía estar exento de óxido y aceites. Estos argumentos, no convencían al constructor, quien amenazaba con abandonar la obra, siendo necesaria la intervención del aparejador, de mayor experiencia, que me conminó a “ceder” en mis exigencias, a lo que finalmente tuve que acceder y tan solo quedo la cosa en “limpiar superficialmente el óxido, sin cepillar las barras”. Con el tiempo se demostró que una pequeña oxidación de las barras de acero mejoraba la adherencia entre este y el hormigón.
Si bien antes he dicho que la casa se ejecutó conforme al proyecto, no es totalmente cierto, ya que una vez terminado el enfoscado (revestimiento exterior) con mortero de cemento, la vivienda fue habitada y así estuvo durante más de 10 años, pues el propietario decía que faltaba por diseñar la fachada para terminarla, pues no concebía que tan solo le quedase “pintar de blanco y nada más”.
Durante ese tiempo, fui conociendo la “idiosincrasia” de la zona y los gustos estéticos casi barrocos de sus habitantes, por lo que finalmente accedí para poder emitir el certificado final de la obra, a que además de pintarse, se pusieran unas “cenefas” con piezas de gres a modo de adornos, que a mi gusto quedaron horribles. Yo tuve que pedir perdón a Le Corbusier, pero el propietario FUE FELIZ.
PD: se fiel a tus principios, pero ante todo procura que quien tenga que vivir en las viviendas que proyectes se sienta satisfecho, pues de lo contrario no cumplirás una de las premisas básicas de la arquitectura, que no es otra que proyectar espacios habitables y seguros, pero acordes con las necesidades del usuario y sus gustos.
Juan Carlos MAJÁN GÓMEZ, arquitecto
Debes estar satisfecho con que el cliente/ promotor se contentara con una simple cenefa y no pidiera balaustradas, estatuas de Águilas o caballitos rampantes. Que buenos relatos. Me voy a por el tercero.