Episodio 4: Torrevieja y la mafia (parte 1ª)

Si mis comienzos en el ejercicio de la profesión, se desarrollaron en diversos municipios pequeños de la Vega Baja en Alicante, pronto “desembarqué” en Torrevieja, la población donde se producía el mayor impulso urbanístico de la comarca, y en cierto modo de la provincia.

Municipio costero de pequeña entidad caracterizado por su puerto pesquero y sus salinas, en el que se estaba produciendo una expansión abrumadora que no solo alcanzaba a su término, sino que además se expandía manera inexorable hacia los municipios vecinos, especialmente hacia Orihuela-Costa; generándose una conurbación, sin solución de continuidad, que alcanzaba hasta los límites provinciales con la costa murciana. Actualmente Torrevieja supera los 80.000 habitantes, de los que prácticamente el 40% son extranjeros.

De la mano de uno de los ingenieros fundadores de la ahora prestigiosa firma de CYPE ingenieros, contacté con un personaje ciertamente singular, que actuaba como verdadero “capo” de la mafia local instalada en la zona.

Sargento del ejército de tierra retirado, controlaba la construcción en todas las urbanizaciones de esta zona costera, que a nivel promocional se postulaba como “Torrevieja”, ya que para los extranjeros Orihuela carecía de costa, y El Pilar de la Horadada todavía era una pedanía de Orihuela.

Su influencia en todo lo concerniente a la construcción era tal, que en una ocasión, deambulando por una zona no construida, sacó su pistola y le disparó a un pobre perro que desgraciadamente se cruzó en ese momento, diciendo “esto es lo que les pasa a aquellos que no hacen lo que les digo”.  

Aquello me produjo un gran impacto, pero no sé si por mi ingenuidad o por mis ganas de trabajar, me quedé afectado como si tuviera “anosognosia”, que es una enfermedad en la que no te das cuenta de lo que ocurre, si bien con el tiempo fui aprendiendo la peculiaridad e idiosincrasia de la zona. 

Aquello era la ciudad sin ley, donde todo valía; se construía sin licencia y con una técnica constructiva fuera de toda norma, pues las viviendas unifamiliares se ejecutaban sin estructura de hormigón armado, utilizando “bloques cerámicos” para la formación de muros de carga, lo que ciertamente no cumplía la “norma sismorresistente”, y eso que la zona está considerada como una de las de mayor riesgo sísmico de España.

Las reglas exigidas por los promotores (normalmente empresas madrileñas), me obligaron a dar un cambio radical en mis conceptos arquitectónicos, pasando de una formación académica “racionalista” a tener que proyectar con imágenes “populistas”, en donde la implantación de los “botijitos” era prácticamente obligada. En el estudio llamábamos botijitos a las balaustradas torneadas que imperaban en la zona.

Pero no solo tuve que alterar los criterios estéticos, sino que además tuve que “reciclarme” en otro tipo de cuestiones, como por ejemplo las orientaciones y el soleamiento. Los “guiris” que eran los clientes habituales de la zona buscaban desaforadamente el sol; tal es así que a las tres de la tarde podías ver en la mayoría de los “chalets” a la gente tomando el sol sin ninguna protección, hasta alcanzar el “rojo cangrejero” tan característico de estos turistas.

Perspectiva de chalet con “botijitos”

La necesidad de producción de viviendas unifamiliares era tan alta, que para mejor aprovechamiento en algunas parcelas de mayor tamaño, se diseñaban dos casas en una. Para ello el proyecto se elaboraba de forma y manera que aparentemente parecía una sola vivienda, que luego se transformaba en dos, y…!no pasaba nada¡. Todo ello a pesar de no poder obtener más que una única cédula de habitabilidad, por lo que tan solo se podía contratar un contador para el agua, y lo mismo para la luz.

Me gustaría saber que ha pasado con estas viviendas dobles con un único contador, y comprobar la incidencia que ha podido tener la circunstancia de tener un solo contador de agua y de luz, cuando los propietarios no sean amigos o familia.

La realidad es que tuve que desarrollar diversos proyectos de este tipo de viviendas, que por cierto no me pagaron, por lo que nunca di un certificado final de obra, y al menos mi integridad profesional quedó intacta.

Juan Carlos MAJÁN GÓMEZ, arquitecto

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