Episodio 4: Torrevieja y la mafia (parte 2ª)

Siguiendo con mis “aventuras y desventuras” en Torrevieja pase, de la mano de un aparejador con el que coincidí en mi etapa de trabajo en la zona de Orihuela Costa, a trabajar con una empresa promotora que disponía de más de un millón de metros cuadrados emplazados al norte de Torrevieja.

La Dirección Técnica la llevaba un falangista furibundo, que a veces aparecía vestido con “camisa azul con el yugo y las fechas de falange”. Personaje singular por doquier, al que obviamente tuve que adaptarme una vez más, aun cuando nunca me obligó a cantar el “cara al sol con la camisa nueva…”, lo que agradecí enormemente, si bien yo me lo sabía de mi época de estudiante infantil en un colegio del “movimiento”, en el que todos los días lo cantábamos al tiempo en que se izaban las banderas de España y de Falange.

La técnica constructiva era la misma que en toda la zona, muros de carga normalmente de bloque cerámico, y algunas veces de hormigón, pero siempre sin aislamiento, cubierta de teja, carpintería de madera y…¡muchos botijitos!; aunque algunos prototipos de chalets me exigían fueran de tipo “ibicenco” o algo parecido.

Modelo de chalet “presuntamente ibicenco”

En cualquier caso, la técnica no garantizaba la estabilidad estructural frente al sismo, por lo que conjuntamente con Florentino Regalado (prestigioso ingeniero de caminos, canales y puertos, con el trabé una buena amistad, elaboramos una memoria constructiva para la ejecución de obras de muro de carga con bloques de hormigón, en los que se armaban los encuentros y esquinas con 3 barras de acero f 12 en vertical, adicionando en cada hilada unas armaduras horizontales del mismo diámetro que servían de traba. Lógicamente el alveolo de la esquina se hormigonaba con hormigón H-175 propio de la época.

La memoria y los detalles constructivos que la acompañaban, circuló entre los arquitectos compañeros, pues pude verla en algunos proyectos que supervisé en mi época de arquitecto municipal.  

La idea, si bien no era absolutamente correcta, servía al menos para dar mayor rigidez y conectividad ente la cimentación y el forjado, dado que las esquinas y encuentros entre muros, al estar armados y hormigonados, actuaban como los pilares típicos de una estructura porticada de hormigón armado tradicional.

Mi frustración, llegó pasados los años, cuando dejé de trabajar para esta empresa, ya que uno de los trabajadores me contó que cada vez que iba a la obra, conocedores de mi celo por verificar la correcta ejecución de las obras, colocaban los armados en las esquinas, y una vez los había visto los retiraban hasta la visita de obra siguiente que realizaba semanalmente. Así es que los hierros que veía eran siempre los mismos.

La construcción era tan vertiginosa que, primero se diseñaba la distribución en planta del chalet o bloque de viviendas, una vez aprobada por el director técnico (el falangista) se preparaban planos en color (con tramas pegadas) y una perspectiva en color, que se remitían a los vendedores extranjeros. Los presuntos clientes eran trasladados desde su país de origen hasta el solar (mejor dicho terreno bruto sin calles ni servicios), en el que conjuntamente con el aparejador y algún albañil replanteábamos con yeso la forma y localización de las edificaciones, a fin de que se pudieran apreciar las “vistas” de cada uno de ellos.

Una vez vendían la promoción, se procedía a calcular la estructura, especialmente la cimentación, y en tanto se ejecutaba esta se desarrollaba el proyecto, se construía la obra y prácticamente cuando estaba terminada se solicitaba la licencia y se hacían las calles. El mundo al revés.

En cuatro meses se construían 36 viviendas adosadas, por lo que no podían entretenerse en colocar los “hierrecitos” capricho del arquitecto. Las fisuras salieron después, pero ciertamente no hubo ninguna denuncia.   

Tras varios años y gran cantidad de viviendas construidas en la zona, abandoné el trabajo en esta urbanización, pues la baja calidad de la construcción chocaba frontalmente con mis convicciones profesionales. Pero lo que sí puedo aseverar, es que fue mi mejor época profesional en términos económicos, aunque a veces me pagaban en metálico con “coronas noruegas”, cuya validez la tenía que verificar el director de la sucursal bancaria con la que trabajaba. Menos mal que era vecino y amigo.  

Juan Carlos MAJÁN GÓMEZ, arquitecto

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *